martes, 29 de abril de 2008

Sonríe por favor (R)


Todavía no me creo que ya haya llegado a casa. Las vacaciones han sido un auténtico atracón de paisajes maravillosos y ruinas milenarias. La gastronomía me ha hecho olvidar mi línea, que ahora es un poco más curva y la compañía me ha recordado lo enriquecedor que puede llegar a ser un viaje con gente tan dispar.

Pero este artículo no se centrará en mis vacaciones, si no en un detalle de ellas y que me trajo a la cabeza un tema recurrente que por desgracia cada vez se olvida más en las empresas y por tanto en el mundo del coaching.

El día en el que teníamos previstos volver hice todo el ritual pertinente. Cerré bien la maleta, comprobé cumplir todos las normativas para los vuelos actuales y me dispuse a disfrutar de los últimos coletazos del viaje. Un par de visitas y a la hora previamente estipulada, me dirigí al aeropuerto. Teniendo en cuenta el tráfico y algún que otro imprevisto llegué a la hora señalada. Sin embargo, el avión que debía salir a las diez de la noche no había llegado aún. Las caras de asombro iniciales al conocer la noticia se fueron alternando, según pasaban las horas, con las de los enfados más monumentales.

Como suele pasar en estos casos, la información es deficiente y la gente y sus reivindicativas reclamaciones cual mayo del 68, no ayudan a entablar una comunicación fluida entre las partes.

Sin embargo, y tras tres horas de espera, surgió algo maravilloso. Algo innato en los seres humanos y lógicamente mucho más acentuado en los españoles, el sentido del humor. Un señor grande y rosa con la cara del típico abuelo rechonchete comenzó a pasearse por los pasillos del aeropuerto, ahora cerrado para nuestro tardío vuelo, y mientras algunos intentaban dormir, y otros frustraban su enfado en el chocolate de las maravillosas máquinas de vending, él se paseaba comentando anécdotas y chascarrillos. Cuando las primeras risas se escucharon, la gente se volvió sin darles demasiada importancia. Recordaban demasiado a las típicas risas nerviosas que algunas personas tienen en los tanatorios.

Pasados unos minutos la gente prestaba atención a este hombre e incluso algunos pasajeros que estaban durmiendo, prefirieron incorporarse y escuchar al alegre señor. Era tremendamente ocurrente y parecía que podía leer en la cabeza lo que cada uno necesitaba oír para sonreír. Uno tras otro, casi sin darle importancia, pasó por todos los grupos con su dosis de optimismo. No se convirtió nunca en un bufón, ni tampoco buscaba la gracia burda, ya que podía herir a alguno de los que no podrían trabajar al día siguiente o habían perdido una conexión importante. Simplemente, se acercaba sonriendo y te decía ¿Cómo lo llevas? A partir de ahí comenzaba a hablar contigo lleno de positivismo. Transcurridos unos segundos, era imposible no esbozar una sonrisa.

Contaba anécdotas del viaje, revisaba las fotos, te pedía opinión sobre sitios que él no hubiese visitado. Era increíble, conseguía que te abrieras y te olvidaras del retraso avión, la falta de recursos o el cabreo generalizado.

Más tarde pude comprobar como el jovial señor, se había retirado a descansar a un apartado y confortable banco de la sala de espera. La semilla estaba plantada. Buena parte del pasaje comentaba en voz alta cómo habían sido sus vacaciones, que ciudades habían visitado, en qué restaurantes habían comido e incluso se intercambiaban e-mails para mandarse fotos y seguir charlando.

Y así fueron pasando las horas. Seis para ser exactos. Llegado el momento ansiado del embarque la gente estaba más tranquila, más participativa y lo más importante, más predispuesta a trabajar en equipo para realizar una única reclamación constructiva, sin alzar la voz y sin exasperaciones. Así se hizo y nuestra unión fue como un gran mazazo para la compañía acostumbrada al caos de este tipo de situaciones. Eramos un sólo equipo. Teníamos la información necesaria para reclamar lo justo, pero no hubo individualidades ni momentos de tensión. Fue un auténtico y sorprendente éxito.

El vuelo finalmente transcurrió con normalidad y al llegar al aeropuerto de destino, todo el mundo se despidió de este hombre. Algunos incluso estrechaban sus manos y le comentaban “Estaremos en contacto”.

Ahora piensa ¿Qué pasaría si los directivos de nuestras empresas comenzaran a prestar un poco más de atención a estos detalles? ¿Cómo transcurriría nuestro día a día si alguien nos reforzara positivamente aunque los tiempos de entrega acucien o los números no estén siendo los esperados? Ya sé que no vivimos en un mundo de fantasía en el que todo el mundo puede ser feliz y su carga laboral le permite ver su trabajo desde un enfoque optimista. ¿O sí?

Si pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en el trabajo. ¿Por qué no hacerlo más agradable? El humor es un potentísimo catalizador y la verdadera argamasa de unas cordiales y efectivas relaciones laborales.

Recordar siempre lo que el gran Charles Chaplin dijo “La vida es una tragedia si se contempla de cerca, pero una comedia si se contempla desde cierta distancia y en un plano más general de conjunto”.

Yo por mi parte ya he llegado a casa, siete horas más tarde de lo previsto y me he puesto a escribir este artículo que espero que os resulte interesante. Creerme si os digo que estoy cansado y que se me caen los ojos sin embargo, algo me ha impulsado a escribir esto antes de irme a la cama. Quizá sea esa sonrisa, quizá el buen clima general, sea lo que fuere, el objetivo está cumplido y la entrega realizada con algunas horas de adelanto.

Si me lo permitís terminaré con un pequeño consejo. Si está en vuestra mano, haced la vida de los demás un poco más feliz y todo será más fácil, pero sobre todo, hay algo que puedes comenzar a hacer ya mismo por ti, sonríe por favor.

www.rubenturienzo.com

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